Los fármacos para tratar el insomnio incrementan la mortalidad



Los datos de un trabajo que se publica hoy en la edición electrónica del British Medical Journal Open han correlacionado la ingesta de fármacos que comúnmente se emplean para el insomnio con un incremento, de hasta cuatro veces más, en el riesgo de muerte.


El estudio, coordinado por Daniel Kripke, del Centro del Sueño Viterbi, en San Diego (Estados Unidos), también especifica que estos medicamentos se asocian a un aumento significativo del riesgo de cáncer.
Los autores evaluaron la supervivencia de más de 10.500 estadounidenses con diversas comorbilidades a los que se les habían prescrito medicamentos contra el insomnio -benzodiacepinas, barbitúricos y antihistamínicos sedativos, entre otros- por un periodo medio de 2,5 años entre 2002 y 2007.
En comparación con los sujetos control, quienes tomaban hasta 18 dosis al año de fármacos para el insomnio tenían una probabilidad de fallecer de más de 3,5 veces superior. El riesgo ascendía a cuatro veces más cuando las dosis ingeridas se situaban entre 18 y 132 al año y a cinco veces cuando se superaban las 132 anuales.
También se apreció un incremento del riesgo de distintos tipos de cáncer entre quienes ingirieron cantidades más elevadas. Esta asociación no se debía a un peor estado de salud antes de la prescripción de los fármacos.

Los 'stent' no superan a los fármacos como terapia inicial


En comparación con una estrategia inicial basada exclusivamente en el uso de medicación, los stent no reducen la mortalidad ni los infartos de miocardio en pacientes con enfermedad coronaria estable.


Un metanálisis publicado en Archives of Internal Medicine muestra que la implantación inicial de stent en pacientes con enfermedad coronaria estable no aporta beneficios en la prevención de la mortalidad, los infartos, la revascularización no planificada o la angina en comparación con la terapia farmacológica.
Los autores del trabajo, Kathleen Stergiopoulos y David Brown, de la Universidad Stony Brook de Nueva York (Estados Unidos), indican que la intervención coronaria percutánea (ICP) reduce la mortalidad y los infartos de miocardio en los pacientes con síndromes coronarios agudos. Sin embargo, su empleo en quienes padecen enfermedad coronaria estable sigue siendo controvertido.
Con el fin de esclarecer la cuestión, llevaron a cabo un metanálisis de ocho ensayos clínicos que incluyeron un total de 7.229 pacientes entre 1997 y 2005 . Aproximadamente la mitad de ellos fueron sometidos a la implantación de stent y recibieron medicación, mientras que al restante 50 por ciento sólo se les prescribieron fármacos.
Seguimiento de 4 años
En comparación con la estrategia inicial basada exclusivamente en la medicación, la implantación de stent no condujo a una mejora de los parámetros analizados tras un seguimiento medio de 4,3 años.
Stergiopoulos y Brown añaden que sus resultados contrastan con los de otras revisiones recientes que constataron una reducción de la mortalidad y de la angina en pacientes a los que se les administró de forma inicial ICP. La clave está, según explican, en que los anteriores metanálisis examinaron todos los tipos de ICP, mientras que el suyo se limitó a la implantación de stent, excluyendo aquellos estudios que evaluaban el uso de angioplastia con balón. Esas revisiones se llevaron a cabo en un momento en el que todavía no existían los actuales regímenes farmacológicos (aspirina, beta bloqueantes, inhibidores de la ECA y estatinas), que han cambiado el panorama.
El autor de un comentario sobre el metanálisis, William Boden, del Centro Médico Samuel S. Stratton de Albany (Nueva York), recalca que cada vez son más los estudios que no hallan ningún beneficio en el empleo inicial de angioplastia percutánea en enfermedad coronaria estable. En su opinión, hay que tener en cuenta el coste económico que genera esta opción. "Disponemos de abundantes evidencias científicas que avalan la puesta en marcha de estrategias más selectivas y equilibradas en el manejo inicial de la isquemia cardiaca estable". En este sentido, apuesta por la "terapia farmacológica óptima en la mayoría de los pacientes como alternativa probada a la revascularización".

El ejercicio físico aumenta el bienestar en la tercera edad



Son muchos los estudios que indican que el ejercicio físico practicado por ancianos previene enfermedades como la cardiopatía isquémica, la obesidad, la hipertensión arterial y la osteoporosis. La práctica habitual de ejercicio físico refuerza sistemas vitales para el organismo como son el sistema inmune (mejor respuesta a las infecciones) y el sistema endocrino: reducción del riesgo de diabetes tipo 2 y mejor tolerancia al azúcar


También favorece la expectativa de vida del anciano (entre 3 y 3,7 años  según el nivel de ejercicio), su calidad  y una longevidad excepcional (más de 90 anos)  asociando el ejercicio físico a otros factores como el control de la presión arterial,  la prevención del tabaquismo y el control de la
obesidad.


También mejora la movilidad al evitar la pérdida de masa muscular. Asimismo, otras investigaciones han podido confirmar que la sensación de bienestar y la depresión mejoran con el ejercicio físico.


En el departamento de Medicina Interna de la Universidad de  Oviedo se ha realizado un estudio en un periodo de 9 meses con una muestra de 169 personas de 73 años de edad media, sin importar el sexo, divididos en dos grupos de los cuales uno practicaba ejercicio físico y el otro no, al objeto de valorar, mediante cuestionario, los efectos subjetivos que apreciaban en su estado de ánimo y particularmente la posible relación entre la práctica de ejercicio con los índices de depresión y la calidad del sueno de los sujetos.


Para poder realizar esta investigación se emplearon dos tests que se pasaron tras finalizar la investigación: la Geriatric Depression Scale (GDS), al objeto de apreciar el nivel de depresión, y el Oviedo Sleep Questionnaire (OSQ), para apreciar la calidad del sueno. 


Las personas que realizan deporte de forma regular manifiestan opiniones favorables a la práctica del mismo en la mayoría de los encuestados y en varios aspectos concretos, como la agilidad, el equilibrio y el sentirse mucho mejor que antes de realizarlo, y mejoría parcial en otros aspectos, como memoria y labores cotidianas.



Las puntuaciones en la escala de depresión son menores en las personas que practican ejercicio físico y despiertan menos veces de noche que los que no lo practican. Se aprecia una relación directa entre la calidad del sueño declarada por los participantes y su puntuación en la escala de depresión: practicar ejercicio físico = menos puntuación en el GDS, menos tardanza para conciliar el sueño y menos despertares nocturnos.