La sobrecarga de roles en las mujeres constituye un factor de riesgo para la salud entre los 45 y los 65 años


(19-02-08).- La salud en las edades centrales de la vida ha sido el enfoque elegido para el segundo Informe sobre Salud y Género 2006 elaborado por el Observatorio de Salud de la Mujer, perteneciente al Ministerio de Sanidad y Consumo. El estudio, publicado en la página web del Ministerio, pretende fomentar la investigación que ayude a reducir las desigualdades de género en el ámbito sanitario de nuestro país y recogerla en un informe anual.

El 24 por ciento de la población española (10,82 millones de personas) tiene entre 45 y 65 años, una franja de edad que corresponde con el ciclo vital de la madurez. El aumento de la esperanza de vida de la población, el descenso en la natalidad y el retraso en la edad de emancipación de la juventud, provocan que gran parte del peso de la sociedad recaiga ahora sobre las personas maduras, tanto en el terreno productivo como reproductivo.

Sin embargo, el informe prueba que este peso se distribuye de manera desigual en mujeres y hombres, lo que tiene importantes consecuencias para su salud. El estudio obtiene estas conclusiones a partir de datos procedentes del Instituto Nacional de Estadística, la Encuesta Nacional de Salud y diversos artículos publicados en revistas científicas.

Mientras que en los hombres los roles asignados apenas han variado con el paso del tiempo, la incorporación de la mujer al mercado laboral no ha supuesto para ellas un alivio de las tareas domésticas, con lo que se enfrenta a jornadas laborales dobles o, incluso, triples. Casi el 100 por cien de las mujeres de entre 45 y 65 años dedica casi seis horas diarias a las actividades relacionadas con el cuidado del hogar, pero sólo el 71 por ciento de sus contemporáneos lo hace, y su dedicación no alcanza las 2 horas y media por jornada.

Por otro lado, el 40 por ciento del total de las mujeres se ha incorporado al mercado laboral y, además, el 84 por ciento de las personas cuidadoras son igualmente mujeres, cuya media de edad son los 52,9 años. Estos roles de ama de casa, cuidadora de las personas dependientes y trabajadora remunerada suponen una sobrecarga de funciones que tiene efectos perjudiciales en la salud de las mujeres.

Los condicionantes socioeconómicos son otros factores que influyen de manera clara en la salud de las personas. Cuanto menores son el nivel adquisitivo, el nivel de estudios y el reconocimiento sociolaboral provocan una peor concepción de la propia salud. Estos condicionantes están claramente distribuidos en función del género:
· Las mujeres cobran de media un 17,3 por ciento menos de salario que los hombres.
· El 67,3 por ciento de las mujeres entre 50 y 64 años es ama de casa.
· El 74,2 por ciento de aquéllas cuya edad se sitúa entre los 45 y 65 años tiene un nivel educativo igual o menor que el bachiller elemental.

La sobrecarga de trabajo y la falta de tiempo libre, empleos repetitivos y de escaso reconocimiento social, junto con situaciones de dependencia económica van mermando la salud de las mujeres, sobre todo aquellas de las clases sociales más bajas y que sólo han trabajado en el ámbito doméstico. Este grupo de personas es el más vulnerable ante la enfermedad.

Las mujeres viven, de media, 6,6 años más que los hombres. Esta diferencia de género se explica por conductas tradicionalmente asociadas a los hombres en los que demostrar la fortaleza supone adoptar conductas de riesgo como el abuso de tabaco, alcohol y drogas ilegales, así como la conducción temeraria. Por otro lado, los hombres muestran más reticencia a acudir a las consultas médicas, por lo que la atención sanitaria se realiza muchas veces cuando la enfermedad muestra un estado avanzado.

En consonancia con la esperanza de vida, las tasas de mortalidad del segmento comprendido entre los 45 y 65 años indican que los casos de muertes prematuras son significativamente más altos entre los hombres. La primera cusa de muerte en personas maduras son los tumores (principalmente de mama en mujeres y de pulmón en hombres) y las enfermedades del sistema circulatorio. Entre los hombres destaca, además, la muerte por enfermedades del sistema respiratorio, la cirrosis y otras enfermedades del hígado, condicionadas todas ellas por el consumo de tabaco y alcohol de mayor incidencia en los hombres por factores de género.

A pesar de que las mujeres son más longevas, manifiestan peor salud que los hombres. En cuanto a la salud percibida, las mujeres maduras se sienten peor que los hombres, aumentando el malestar a menor nivel de estudios y trabajo menos cualificado.

Los dolores que más sufren las mujeres entre los 45 y 65 años son, sobre todo, músculo-esqueléticos (46 por ciento), seguidos de dolores de cabeza, varices y problemas psíquicos. Si bien el orden de las quejas crónicas se presenta de manera similar en ambos sexos, la frecuencia en las mujeres es prácticamente del doble al triple en todas las categorías principales (artrosis y problemas reumáticos, mala circulación, jaquecas, migrañas, dolores de cabeza y depresión). Además, los síntomas somáticos sin causa orgánica y de estados depresivos y ansiedad también doblan en frecuencia a los de los hombres. Entre el 73 por ciento y el 80 por ciento de los pacientes con estos cuadros, junto con los dolores músculo-esqueléticos, son mujeres.

Todos estos padecimientos, para los que no se cuenta aún con recursos terapéuticos, pueden ser considerados como manifestaciones contemporáneas del malestar biopsicosocial de las mujeres.

Las mujeres superan a los hombres en consumo de psicofármacos: son el 75 por ciento de los consumidores totales de somníferos o tranquilizantes. Ante situaciones inespecíficas expresadas por las mujeres (donde no existe una patología clara), los médicos tienden a prescribir psicofármacos. Muchos autores están apuntando a que las mujeres están somatizando en sus cuerpos las desigualdades genéricas de sus condiciones de existencia. Efectivamente, la Organización Mundial de la Salud ha alertado sobre el riesgo de utilizar psicofármacos para intentar resolver problemas sociales.

Por otro lado, la excesiva medicalización de las mujeres no sólo se da en cuanto a la receta y consumo de psicofármacos, sino a los tratamientos farmacológicos en el proceso del ciclo vital femenino. Dado el enfoque reproductivista sobre la vida y la salud de las mujeres, el momento del climaterio ha tendido a ser representado como enfermedad (síndrome menopaúsico) y, por ende, ha sido excesivamente medicalizado.

La idealización de la juventud como modelo de belleza y de salud ha producido unos estereotipos discriminatorios que han conducido a la percepción del paso de los años como deterioro y pérdida. Muchos de los malestares adjudicados a la menopausia se deben, en realidad, a sus condicionantes sociales y de género.

Las edades centrales de la vida son también el momento de estabilización y madurez profesional. En el informe se analiza por primera vez la representación de mujeres y hombres en las profesiones sanitarias.

Las carreras universitarias relacionadas con la salud están hoy claramente feminizadas. En el curso 2005-2006, el 84 por ciento de los estudiantes de enfermería eran mujeres. Actualmente, la proporción de mujeres colegiadas en Medicina representa un 43 por ciento del total, aunque en personas menores de 35 años las colegiadas doblan en número a los colegiados y el 74 por ciento de los estudiantes de Medicina matriculados en el curso 2005-2006 eran mujeres. Esta feminización de la Sanidad no se corresponde, sin embargo, con un equitativo acceso al mercado laboral.

A pesar de que las mujeres farmacéuticas colegiadas suponen el 70 por ciento del total, en los hospitales la mayoría de los profesionales son hombres. Mientras que en las carreras de Ciencias de la Salud la presencia de la mujer alcanza niveles superiores al 74 por ciento, los docentes siguen siendo mayoritariamente hombres, y la mayor proporción de mujeres en docencia se concentra en los puestos menos reconocidos, como son las profesoras ayudantes o asociadas.

El porcentaje de mujeres en gerencias de hospitales públicos ha mejorado con el paso de los años (del 7 por ciento en 2001 se ha pasado al 18 por ciento en 2007), aunque esta responsabilidad sigue abrumadoramente en manos de los hombres. En general, la proporción de mujeres que ocupa puestos de dirección y gestión se acerca al 45 por ciento, pero otra vez la presencia de mujeres alcanza sus valores más reducidos en los puestos de mayor prestigio: las jefaturas de servicio y las direcciones médicas. Así, sólo un 10 por ciento de todos las jefaturas de servicio en los hospitales españoles están ocupadas por mujeres.