Once, la película.


Gratísima sorpresa venida de Irlanda, de la mano de John Carney (1972), un director semidesconocido, que sin embargo ha cosechado admirables éxitos en su país, como en su debut November Afternoon o en las producciones televisivas Just in Time y Bachelors Walk. Después de este film su carrera promete, y mucho. Aquí ofrece una bellísima historia de amor, sencilla, sincera y realista, que fue galardonada con total merecimiento con el Premio del Público en el Festival de Sundance 2007.

El protagonista es un joven que cada día se aposta con su guitarra en Grafton Street, la calle peatonal más emblemática de Dublín. Un día, una chica que vende flores en la misma calle le escucha con gusto y le pregunta acerca de su vida. Él le explica que además de trabajar en un modesto negocio familiar, compone y canta sus propias canciones para sacar un dinero extra. Al día siguiente vuelven a verse, charlan y se divierten, y resulta que ella, de nacionalidad checa, tiene estudios de piano. Poco a poco comienzan a hacerse amigos, quedan para tocar juntos y pronto cada uno le cuenta al otro sus anhelos y tristezas en la vida y en el amor.

La gran originalidad del film es que está plagado de canciones, que son interpretadas por los dos protagonistas mientras se encuentran en plena calle, sentados a la vera de un piano, en un estudio de grabación, o incluso en un trayecto en autobús. Las canciones –que fueron compuestas especialmente para la película– son en verdad extraordinarias (sólo por ellas merecería con mucho pagar la entrada) y contienen unas letras llenas de sentido, que más que ayudar a la historia la desarrollan, pues no son un mero adorno sino esencia de la trama. Destacan algunas de ellas, como “Falling Slowly”, que cantan y tocan a dúo en la tienda de instrumentos, o el maravilloso y emocionante tema “If You Want Me”, cantado por ella en un nocturno y excepcional plano secuencia de una belleza abrumadora.

Y a este singularísimo musical se une una historia de amor portentosa, honda, discreta. El título de la película da pistas acerca de lo que vemos: el amor puede nacer de nuevo. Otra cosa es lo que se deba o no hacer con él, y en este sentido es ilustrativa una leve y velada referencia –nada casual– al Bogart de Casablanca. Hay en el film de Carney una valiente y enriquecedora visión de la familia, con personajes magníficamente resueltos, como el padre del protagonista. Y por otra parte, asombra, por lo inusual, que los actores, la mayoría de ellos no profesionales, alcancen tan altas cotas de perfección. Destacan, claro, el y ella, encarnados por el irlandés Glen Hansard (músico profesional y líder de la banda The Frames) y la checa Markéta Irglová, una joven instrumentista de diecinueve años. Sus papeles son inolvidables.

En conjunto, la película de John Carney es pequeña, y quizá ahí radica su enorme fuerza, una historia de personajes entrañables que despliegan en pantalla sus vivencias con enorme naturalidad. Nada en este film parece impostado, muy al revés transmite una gran autenticidad, y los propios acontecimientos que se narran, en sí mismos nada especiales, se revelan muy vitales y frescos, en parte gracias a las maravillosas canciones. Esta concepción de la película viene apuntalada por la puesta en escena muy realista y por un rodaje al estilo del cine independiente británico, con cámara en mano, película con grano, movimientos nerviosos y frecuente uso del primer plano. Y si bien es cierto que la fotografía puede resultar algo deficiente, también es ideal para captar la húmeda, romántica y a menudo sombría atmósfera del clima irlandés.

La ponen en mi cine favorito, el "Renoir". Pasamos una tarde maravillosa, viéndola.