Big fish




Ayer vimos esta película en un DVD alquilado. Fue estrenada el año 2003 y a mí, cinéfilo impenitente, me pasó completamente desapercibida en su tiempo. Es muy probable que "Big fish" sea una película a la que le sobre algo de metraje y a la que, por contra, le falte un mayor equilibrio entre sus componentes fantásticos y aquellos otros más realistas, defectos que, por ejemplo, no encontrábamos en la película "Eduardo Manostijeras", del mismo director. A pesar de ello, no deja de resultar fascinante el empeño de Tim Burton por contarnos una historia repleta de humanidad en la que un hijo desea descubrir quién es en realidad su padre, cuya vida aparece enmascarada por un buen puñado de mitos e ilusiones que, al menos al joven William Bloom, le impiden descubrir lo que de verdad pueda albergar el corazón de su progenitor. Y es que, en muchos aspectos, éste no deja de ser para él un auténtico desconocido. Burton se adentra aquí, pues, en una historia en la que los personajes principales no consiguen conectar entre sí, existiendo ciertas incompatibilidades entre ambos a pesar de que es evidente que se profesan un cariño mutuo y sincero.

El espectador asiste entonces a la narración de las vivencias de Edward Bloom, preguntándose qué hay de cierto y qué hay de falso en ellas y por qué éste se empeña en envolver sus aventuras con tantas fabulaciones y quimeras. La historia se estructura entonces en sucesivos capítulos en los que un enfermo y envejecido Bloom nos va contando su vida, entremezclándose todo ello con el presente y haciendo aquí acto de presencia la frustración de un hijo que no es capaz de comprender el superficial comportamiento del hombre que lo crió. Burton abusa un tanto de estos elementos oníricos de la cinta, pudiendo haber prescindido de algunos de ellos o bien reducido su presencia en la narración.

Pero, a pesar de este lastre, "Big fish" logra transmitir un nítido mensaje al espectador: por un lado, esa falta de entendimiento y de comunicación entre dos seres que se aprecian; por otro, la necesidad de que la imaginación impregne nuestras vidas con un hálito de esperanza que nos ayude a superar las circunstancias más pesarosas que se puedan producir a lo largo de nuestro devenir por el mundo. De ahí que el filme presente una conclusión de diez minutos realmente arrebatadora, pues sirve para que William entienda finalmente el porqué de la conducta de su padre y se convierta en cómplice de sus fantasías. Simplemente por estas maravillosas y emotivas escenas ya merece la pena recomendar el visionado de esta película. A todo ello hay que sumarle la carismática realización de Tim Burton, capaz con su genio de crear imágenes surrealistas y auténticos delirios visuales que resultan deslumbrantes en las pupilas del público (no hay que olvidar tampoco las aportaciones de los distintos responsables de los departamentos técnicos que han trabajado en el filme), y la existencia de un reparto competente donde, aparte de unos correctos Ewan McGregor, Billy Crudup o Steve Buscemi, también nos encontramos con un acertado Albert Fin-ney y, especialmente, una espléndida Jessica Lange y un notable Danny DeVito.