La felicidad en la edad adulta


" Envejecer no es tan malo cuando piensa uno en la alternativa. " Maurice Chevalier (Cantante y actor francés)

Existen multitud de mitos y tópicos sobre las diferentes edades del hombre y la mujer. Y la década de los cincuenta años no es una excepción. Algunos se presentan en refranes o dichos, frases hechas y manidas que alguien se encarga invariablemente de recordarnos en cada uno de los cumpleaños. Otros, más peligrosos, acechan ocultos en cada esquina del pensamiento, en el comportamiento, en la actitud de quienes nos rodean, incluso de los más queridos. Incluso pueden encontrarse en - y, lo que es más grave, condicionar - nuestra propia forma de pensar.

Los mitos y creencias son, muchas veces, inevitables. Y lo importante no es que existan, aunque algunos, a esta edad, pueden empezar a parecer ofensivos. El problema es que dejan traslucir un pensamiento, y un comportamiento individual y social, que puede causar problemas a muchas personas. Y eso que, como buenos tópicos, se alejan en muchos casos de la verdad. Analizaremos a continuación algunos de ellos:


¿CUANDO EMPIEZA LA VEJEZ?

Uno de los mitos más enraizados es la aseveración, tantas veces oída, de que a los cincuenta años empieza la vejez. Si no la vejez, al menos el declive físico y mental.

En primer lugar, esta afirmación se basa en la falsa creencia de que la vejez es algo terrible, algo así como un mal bíblico e irremediable. Por eso, la frase viene generalmente acompañada de cierto tono de pena o de resignación. Pero esta visión de la vejez, habitual en nuestra sociedad moderna y occidental, no es, afortunadamente, constante ni universal. Curiosamente, las sociedades que más frecuentemente respetan la ancianidad son las sociedades primitivas o con un escaso número de ancianos. En ellas el valor de la edad como experiencia es bien apreciado. Quizás existe ahora un "superávit" de ancianos que hace que menospreciemos todo lo bueno que tiene esta etapa de la vida, y nos fijemos sólo en los problemas que pueden causar sus limitaciones.

Esta forma limitada y pesimista de ver la vejez puede discutirse con muchos argumentos, muchos de ellos obvios. Sólo quiero recomendarle, si su visión de la vejez está cercana a ésta, que conozca y hable con personas ancianas que han vivido la vida con éxito. Quizá le agrade leer un libro de don Santiago Ramón y Cajal, en el que relata su forma de ver la vida desde los 80 años de edad, para encontrar un punto de vista inteligente y diferente. Ningún anciano ha vivido esta etapa de su vida de forma plena sin estar convencido del pleno valor de la misma.

Pero además, si somos biológicamente correctos, el envejecimiento comienza, en muchos aspectos, antes de nacer. Poner un límite a la vejez (sean los 50 años, los 65 o cualquier otro) supone siempre maldefinir a cada individuo, en base a unos prejuicios ¿Empieza la vejez cuando la mujer deja de ser fértil? Este criterio se usa en los animales domésticos. ¿Empieza cuando uno se jubila? Es un criterio puramente económico y variable, que pone el valor de la persona en su capacidad productiva. ¿Empieza cuando uno tiene cierto grado de incapacidad? Es un criterio derivado del anterior, que despoja de valor a la persona si no se ajusta a un modelo establecido.

A los cincuenta años, el cuerpo puede aún tener una excelente capacidad física y resistencia a las enfermedades, y está además curtido por los sufrimientos y esfuerzos ya pasados. Y la mente tiene el potencial de utilizarlo más sabiamente. Si uno se cuida, esta capacidad puede conservarse hasta bien entrados los setenta, e incluso los ochenta años.
En resumen, no deje que le diga cuando tiene que empezar a ser viejo. Decídalo usted mismo. Y piense, como dice Maurice Chevalier, la alternativa .

NO DEJAR DE DISFRUTAR

Otro tópico muy común es que a esta edad ya no se puede disfrutar como antes. Las salidas nocturnas, el baile, el sexo, lo que se considera socialmente "divertido" pueden empezar a verse limitados. Esto también es falso.

La aceptación de este hecho tiene varias consecuencias. Por un lado, se establece que existe una forma social determinada de divertirse y disfrutar, y que esta es la única aceptable, y la única que produce diversión real. Todas las demás formas se convierten en sucedáneos, en formas menores de cubrir la necesidad de diversión.

Si reflexiona un poco, y se distancia del romanticismo que siempre tiene el tiempo en el que uno es joven y capaz de cualquier cosa, no podrá negar que ahora es capaz de disfrutar mucho más con muchas más cosas, aunque parezcan menores. 


Los que se niegan a aceptar que existe una forma estándar de pasarlo bien, pueden llegar a gozar mucho más profundamente de cosas quizá menos aparentes, pero de mayor valor

Cosas como la amistad o el amor de una persona, la belleza estética, o aquellos sencillos momentos de armonía en los que uno se encuentra en paz con uno mismo.

Pero el hecho de que se hayan ampliado por un lado las posibilidades de disfrutar tampoco le obligan a abandonar las diversiones habituales. ¿Qué ley o norma o convención le impiden irse de viaje con los amigos, salir de copas o de excursión, casarse? ¿Tiene miedo a sentirse desplazado en algunos sitios? ¿A lo que puedan opinar de usted? ¿Cree usted justo que lo que piensen los demás sobre usted le impidan disfrutar de las cosas?.

Si lo mira desde un punto de vista optimista, encontrará que a su edad puede disfrutar más fácilmente de algunas diversiones "típicas" (por lo pronto, tiene más medios económicos que los que tenía de joven), y puede añadir a estas otras diversiones más serenas o personales. Aunque los jóvenes no lo sepan, disfruta usted, cuando quiere, más que ellos.

ASPECTO FISICO Y ATRACCION

Otro tópico, desgraciadamente muy difundido, es que las personas que se acercan a esta edad, especialmente las mujeres, empiezan a perder atractivo físico. Además, tiene su peligrosa contrapartida en el otro tópico que afirma que los hombres maduros lo ganan.

Las mujeres que han tenido hijos pasan por una crisis parecida durante los embarazos. Es muy fácil que una mujer embarazada acepte que en este período irradia una especial atracción.

Sin duda, una parte de este prejuicio tiene que ver con el ideal social de belleza, que trasluce en todas las conversaciones, en la forma de vestir, en los anuncios, en la televisión. Si se quiere comparar con esos jóvenes "bellos y famosos", o con usted mismo de joven; si ése es su ideal de belleza, entonces es posible que tenga razón, y que haya perdido mucho atractivo.

Pero este punto de vista resulta muy discutible. ¿Cual es la edad a la que la belleza es ideal? ¿A los 18 años, casi recién salido de la infancia? ¿A los 23 años, en plena juventud? ¿A los 30 años, con los rasgos ya establecidos y mayor serenidad y madurez? ¿Y cuál es el ideal de belleza? En los países del Norte de Europa resultan más atractivas las personas de pelo oscuro, y en el Sur las rubias. ¿Qué es mejor? El aspecto y las medidas de los modelos también cambian con la moda: hoy "se llevan" los hombres más bajos y atildados, o las mujeres con rasgos muy marcados en la cara; mañana, los hombres musculosos o velludos y las mujeres con más pecho.

Lo mismo que varía con las circunstancias, y con el gusto de cada persona, la belleza varía con la edad, y cada edad tiene su encanto. Probablemente la edad ideal, de mayor belleza, varía en cada persona. Por tanto, aceptar sin discusión la pérdida de atractivo es aceptar algo discutible, que va en perjuicio de uno mismo.

Muchas veces, la aceptación de este tópico sólo traduce una negación o rechazo de los cambios corporales que se producen con el paso de los años. En este caso, se dirigen los esfuerzos a disimular los "fallos" detectados, aquello que se va alejando de lo que creemos ideal.


En contraste, las personas que aceptan estos cambios físicos naturales y los incorporan a su forma de vestirse y de arreglarse, llegan a ofrecer un tipo de belleza distinto, que proviene del equilibrio interior, de la comodidad con la propia forma de ser. Esta forma de belleza, muchas veces no buscada, se aprecia más en nuestra sociedad de lo que creemos, aunque a veces no explícitamente. Es una situación en la que el elogio no se dirige a analizar "lo bien que uno se conserva", sino a describir cómo uno va mejorando con los años.

En conclusión, todos los esfuerzos que haga por mejorar la aceptación de la forma de evolucionar su propio cuerpo aumentarán más su belleza que la más cara de las cirugías estéticas.

Por último, quizás quiera hacer una pequeña observación: si se fija en las personas de su edad que le rodean, encontrará en todas, más pronto o más tarde, una serie de rasgos parecidos: los varones suelen perder algo de pelo, y ganar algo de tripa (aunque se esfuercen por ocultarla). Las mujeres pierden la firmeza de los senos, y la piel pierde su aspecto terso. Ambos empiezan a tener arrugas y manchas en la piel. Sin embargo, sus capacidades y valores permanecen o mejoran. La honradez, la capacidad de esfuerzo, la bondad, no suelen desaparecer con los años. ¿Qué es más importante a la hora de juzgarse a uno mismo o a otra persona?

LA ESCALA DE VALORES

Precisamente cuando llega el momento de juzgar algo, nos encontraremos otro tópico. Se dice que las personas de esta edad empiezan a tener ideas "anticuadas", a estar "pasados de moda", a ser conservadores. Este tópico sí refleja un hecho real, pero lo hace desde el punto de vista más perjudicial para usted.

La mayor parte de las personas, incluso muchas que lo niegan, basan su pensamiento y su actuación en la consideración de unos valores o ideas por encima de otros. Y es un hecho bastante normal que empiece a percibir que su propia escala de valores está dejando de coincidir con la de la generación más joven. Precisamente con la generación que está asumiendo los puestos relevantes, y que está aportando su carga de nuevas ideas.

Sin duda, usted asumió y determinó su forma de ver las cosas, de juzgar, de comportarse, cuando era joven, cuando estaba formándose activamente y era capaz de criticar cada idea antes de asumirla. Y, en distinto grado, la mayoría de las personas de su generación asumió en su juventud muchas de estas ideas y valores, que le dieron un sello propio. En ese momento, muchas hechos que para usted resultaban normales eran rechazados por sus mayores. Ahora, casi sin querer, se descubre en el otro lado.

Es frecuente que, superados los treinta años, o incluso los cuarenta, una persona se niegue aún, o al menos se resista, a aceptar que su forma de pensar empieza a dejar de ser lo "moderno", lo innovador, lo joven. Que las canciones nuevas que oye por la radio empiezan a no parecerle música. Que los lugares a los que va no son precisamente lo que está de moda entre personas más jóvenes. Que los comportamientos que le chocan de los más jóvenes son sólo excepciones. Y sus amigos suelen no hablar mucho de ello tampoco. Quizás sólo uno o dos, de convicciones más firmes o más conservadores se quejan de ello.

Pero llega un momento, que muchas veces coincide con esta edad, en que tiene que afrontarlo. Entonces, dejará de sufrir por expresar una opinión diferente, y a considerar que no todo lo moderno, o lo que piensan los jóvenes, tiene fundamento. Que su forma de comportarse en público a veces llega a caer en la mala educación, o en la falta de vergüenza. Y entonces descubre que sus hijos, o sus sobrinos, o sus compañeros de trabajo más jóvenes, le llaman anticuado. Ha cruzado usted la barrera, ya está del lado del que estaban sus padres cuando usted hacía cosas normales que ellos consideraban descaradas o de mala educación.

Parece evidente que esta secuencia de hechos no es realmente un tópico, sino un hecho social normal, que se ha acelerado en el último siglo por la creciente universalización de la cultura debida a los medios de comunicación.

Quizás la actitud más equilibrada, en estas circunstancias, consista en analizar y comprender la propia forma de pensar, buscando qué valores aprecia uno en realidad. E intentar también comprender la escala de valores de las personas más jóvenes. Puede compararlas, sin tener prejuicios morales sobre la bondad o maldad de cada valor. Simplemente pueden ser diferentes.

Y, una vez hecho esto, defienda sus propios valores. No acepte que estén anticuados, sino que son valores reales, vivos y perfectamente respetables. La sociedad, y los propios jóvenes, necesita que cada generación defienda su forma de pensar, para mantener un equilibrio con la forma de pensar de las generaciones anteriores y posteriores. Y su generación es, probablemente, la que guarda un justo término medio entre las ideas de los verdaderamente ancianos y los verdaderamente jóvenes.