Intolerancia a los alimentos y obesidad

Recientemente, se han puesto de actualidad las pruebas de laboratorio encaminadas a detectar la intolerancia que las personas pueden tener frente a determinados alimentos.

Debemos diferenciar dos conceptos distintos y por lo tanto dos manifestaciones clínicas distintas.

Por un lado está la Alergia a los Alimentos. Es un tema muy conocido y estudiado, clásico en la patología de la alergia. En este caso, un alergeno -en general una proteína específica del alimento- es capaz de desencadenar una reacción alérgica, cuyas manifestaciones clínicas pueden ser: edemas, diarrea, urticaria, eczema, asma, con un cuadro clínico clásico de alergia.

La alergia es un proceso inmunológico complejo mediado por IgE (inmunoglobulinas E) específicas frente a la proteína del alimento. Su detección en el laboratorio se realiza precisamente determinando los niveles en el suero de IgE específicas de los alimentos, que se sospecha puedan producir la alergia. En el caso de alergia, hay una reacción causa-efecto muy rápida, de forma que la reacción alérgica se manifiesta a las pocas horas de haber ingerido el alimento desencadenante, y las manifestaciones suelen ser clínicamente evidentes. Sobre la alergia en general, hemos dedicado recientemente un número monográfico de Notas Informativas (47/2002).

Hay otro grupo de procesos, menos fáciles de detectar, sin una causa-efecto rápida, como es el caso de la alergia, y cuyas manifestaciones patológicas suelen ser menos claras, más insidiosas y a veces difíciles de intuir. Nos referimos a la denominada Intolerancia Alimentaria, por la que una determinada persona puede presentar una "sensibilidad" -no una alergia- frente a determinados alimentos.

Los antígenos alimentarios que pueden desencadenar reacciones adversas son proteínas o glucoproteínas de bajo peso molecular, resistentes a la hidrólisis ácida del estómago y a la acción de las proteasas digestivas así como a la desnaturalización por el calor. Estas moléculas son captadas por las células M del epitelio que recubre las placas de Peyer, donde son fagocitadas por los macrófagos que hacen la posterior presentación antigénica a los linfocitos. En la mayoría de casos este proceso no se produce, pues el organismo no reacciona frente a las proteínas alimentarias como si de un cuerpo extraño se tratara, pero en determinados casos, se produce una sensibilización inmunológica, con la formación de anticuerpos, pero no del tipo IgE (que desencadenaría un proceso alérgico) sino en una primera etapa del tipo IgA y tras múltiples estímulos, formación de IgG (inmunoglobulinas G). Estas IgG, son de la misma naturaleza de las que se producen frente a proteínas de microorganismos, y que nos confieren la inmunidad adquirida. Su estímulo y producción permanente, es la base científica de la actuación de las vacunas.

Estamos por tanto, ante situaciones en las que determinados alimentos, pueden producir IgG específicas frente a alguna de sus proteínas características, como mecanismo inmunológico, y responder ante nuevas ingestas, de una forma anormal que puede, en determinados casos ser evidente, diarrea o trastornos digestivos, pero en muchos casos sus manifestaciones son insidiosas y difíciles de relacionar con el alimento, precisamente por ser patologías moderadas y de tipo crónico.

Las condiciones clínicas que se han podido relacionar con intolerancia alimentaria y que, tras suprimir el alimento o alimentos, en más de dos tercios de los casos, se han producido mejorías evidentes, son las siguientes, con datos entresacados de diversas publicaciones:

  • Trastornos gastro-intestinales (50%): Dolores abdominales, constipación, diarrea, hinchazón, síndrome del colon irritable. Es la patología que más induce a pensar en una intolerancia alimentaria. Puede cursar desde abdominales, diarrea o vómitos, a constipación, por lo que puede ser aconsejable realizar el test bioquímico de IgG frente a alimentos ante una patología digestiva poco definida etiológicamente.
  • Procesos dermatológicos (16%): Acné, eczema, psoriais, rashes, urticaria, picor.
  • Molestias Neurológicas: (10%): Dolor de cabeza, migraña, mareo, vértigo.
  • Molestias respiratorias: (10%): Asma, rinitis, dificultad respiratoria. En estos casos puede haber solapamiento con un proceso alérgico.
  • Trastornos psicológicos (11%): Ansiedad, letargia, depresión, fatiga, náuseas, hiperactividad (principalmente en niños).
  • Otros: Artritis, fibromialgia, articulaciones inflamadas.

En personas obesas que no responden a los tratamientos habituales de adelgazamiento, se han experimentado pérdidas de peso al eliminar de la dieta los alimentos frente a los que se presentaba una sensibilidad alta. La explicación a esta relación, puede explicarse por el proceso que exponemos a continuación.

Los anticuerpos frente a las proteínas de determinados alimentos, que hayan creado una intolerancia, se unirán a los antígenos específicos después de la ingesta del mismo, formándose inmunocomplejos que pueden formar redes de los llamados "inmunocomplejos circulantes". Si la ingesta del alimento, al que se ha desarrollado una intolerancia, es frecuente, se provoca la activación de otros elementos del sistema inmunitario, provocando una inflamación tisular local, que en casos graves, incluso pueden provocar síntomas de vasculitis. La persistencia de estos inmunocomplejos circulantes en cantidad, puede aumentar la presión coloidosmótica del plasma sanguíneo, a nivel de los capilares glomerulares de las nefronas, disminuyendo la filtración glomerular lo que origina una retención de líquidos, que podrán producir edema, prioritariamente en el compartimento extracelular, aunque en casos graves, puede originarse también a nivel intracelular.

Este proceso de retención hídrica, debido a la intolerancia alimentaria, puede originar un aumento de peso, que no responde a dietas hipocalóricas, agravado porque en muchos casos, las mismas van asociadas a un aumento de la ingesta de agua, lo que empeora la situación de retención de líquidos, desencadenada por la intolerancia alimentaria, en el caso de que el o los alimentos que la provocan, no hayan sido excluidos de la dieta.

Es por ello que el Test de Intolerancia Alimentaria, está muy indicado como screening a incluir en las exploraciones clínicas habituales, previas a la instauración de una dieta encaminada a tratar la obesidad.


En resumen

Podemos decir que se han encontrado mejorías evidentes entre la mitad y los dos tercios de los casos que ha cumplido la dieta establecida por su médico, suprimiendo los alimentos, que a través de los análisis, se habían mostrado menos recomendados. En general la mejoría percibida por el paciente se sitúa entre 20 y 60 días después de haber instaurado la dieta adecuada.

La determinación de niveles de IgG frente a diferentes alimentos, (se puede hacer un screening de hasta 100 alimentos y 24 aditivos), y la instauración de una dieta adecuada que suprima los que presenten una intolerancia alta, es una opción importante a tener en cuenta en el grupo de patologías descritas, ya que pueden mejorarse simplemente, suprimiendo la causa que lo origine.

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