Psicocardiología: enfermedad depresiva y corazón

La depresión incrementa el riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares y también empeora su pronóstico

Uno de cada cinco individuos que han padecido un infarto y uno de cada cuatro pacientes con insuficiencia cardiaca experimentan síntomas depresivos. La depresión y la ansiedad no tan sólo incrementan el riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares sino que también empeoran su pronóstico. La evidencia de que el estrés y la depresión pueden provocar enfermedades cardiovasculares ha sido corroborada en varios trabajos. Por este motivo, su atención debería considerarse un objetivo primordial en la atención integral al enfermo con cardiopatía.


Ansiedad y enfermedad cardiovascular

Hasta ahora no se conocían en profundidad las consecuencias de sufrir episodios de ansiedad prolongados sobre pacientes coronarios. Un reciente estudio ha revelado que las personas con problemas cardiovasculares que sufren elevados grados de ansiedad tienen el doble de riesgo de sufrir un infarto o fallecer. El equipo de investigadores, dirigido por Charles M. Blatt, director de investigación en la Lown Cardiovascular Research Foundation y profesor de la Universidad de Harvard (EEUU), efectuó el seguimiento de 516 enfermos coronarios durante más de tres años. Los resultados han sido publicados en el Journal of the American College of Cardiology.

Los autores del estudio valoraron durante tres años, de forma periódica, los niveles de estrés de los pacientes objeto del estudio a través de una serie de cuestionarios junto a otras variables como la presencia de hipertensión, diabetes, tabaquismo o el índice de masa corporal, a fin de controlar la influencia de otros factores de riesgo. Durante el periodo de seguimiento fallecieron 19 pacientes y otros 44 padecieron un evento cardíaco del que pudieron recuperarse. Se constató que los pacientes con mayor grado de ansiedad eran los que presentaban un riesgo más elevado; sobretodo, el peor pronóstico lo tenían aquellos cuya ansiedad había ido incrementándose a lo largo del tiempo.

Por el contrario, aquellos enfermos que habían presentado un alto grado de ansiedad al inicio de la investigación pero que habían logrado controlarla a lo largo de los años, tenían menores niveles de riesgo. Según los autores, estos hallazgos señalan la necesidad de evaluar los niveles de ansiedad de los enfermos cardiovasculares así como la importancia de que los profesionales sanitarios intervengan sobre la ansiedad de sus pacientes.

Por otra parte, la ansiedad crónica también incrementa el riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares, según un estudio reciente, realizado en la University College London, que revela que la sensación de recibir un trato injusto en el trabajo o en el hogar puede aumentar el riesgo de aparición de problemas coronarios. Los investigadores británicos evaluaron el grado de satisfacción laboral de 8.928 personas empleadas del sector público del gobierno, en Londres. Se pidió a los trabajadores que puntuaran la afirmación «con frecuencia tengo la sensación de que me tratan de manera injusta», en una escala del 1 a 6 (dónde 1 equivale a «totalmente en desacuerdo» y 6 a «totalmente de acuerdo»).

Se efectuó un seguimiento de 11 años. Durante este periodo, el 6,6% de las personas de la categoría baja tuvieron problemas coronarios (infarto o angina) en comparación con el 7% en la categoría moderada y el 9% en la categoría alta. Las mujeres y los empleados con ingresos y estatus socioeconómicos más bajos eran mucho más propensos a sentir que estaban siendo tratados injustamente. También los sentimientos de trato injusto se relacionaron con mayores niveles de mala salud física y mental

Los pacientes con insuficiencia cardiaca a menudo padecen enfermedad depresiva. Se estima que uno de cada cuatro de estos pacientes tiene síntomas depresivos, aumentando a uno de cada dos en las fases más avanzadas o graves de la cardiopatía. Depresión e insuficiencia cardiaca tienen una relación causa-efecto en ambos sentidos; es decir, que la enfermedad depresiva incrementa el riesgo de padecer insuficiencia cardiaca y que, a su vez, los pacientes con insuficiencia cardiaca tienen mayor probabilidad de padecer una depresión.

La relación entre ansiedad y depresión y enfermedades cardiovasculares se sustenta en bases biológicas relacionadas con múltiples cambios neuroinmunoendocrinos y en la actividad inflamatoria que acontece en los enfermos depresivos. Se ha observado que los pacientes con depresión experimentan una mayor activación plaquetaria que les predispone a episodios tromboembólicos. Estos mismos pacientes también experimentan activación inmunitaria e incremento de los niveles de cortisol y de la hormona adrenocorticotropa así como una menor resistencia a la insulina.

¿Causa o consecuencia?

Asimismo, se constata una mayor producción endógena de esteroides y la liberación de catecolaminas, con un incremento de la presión arterial y de la vasoconstricción coronaria. También existen evidencias de que la propia insuficiencia cardiaca podría provocar la aparición de una depresión, dado que hay áreas del cerebro que son especialmente vulnerables al déficit de riego sanguíneo que conlleva la enfermedad. Estas áreas se han involucrado desde hace décadas en la fisiopatología de la enfermedad depresiva.

Desgaste emocional

La presencia de síntomas depresivos conlleva, en todos los pacientes en general, la merma en las ganas de luchar y vivir, con la consiguiente desidia para seguir las indicaciones de las pautas médicas. El paciente con insuficiencia cardiaca desatiende su cuidado, como la dieta y el ejercicio, y menudo se producen olvidos de visitas médicas y de exploraciones. Cuanto más larga es la evolución de la enfermedad, mayor probabilidad de padecer un trastorno ansioso-depresivo. La dolencia provoca en estos pacientes un notable desgaste emocional a lo largo de los años, con la necesidad de adaptaciones sucesivas a situaciones físicas y psicosociales cambiantes. Esta evidencia apoya la hipótesis de que el padecimiento crónico de estrés es un factor de riesgo. A parte del desgaste emocional, otro reto a los que se enfrentan los profesionales sanitarios es el tratamiento farmacológico de la enfermedad. No todos los fármacos son adecuados y, además, algunos de los utilizados en la insuficiencia cardiaca pueden provocar alteraciones psicológicas y neuropatológicas como delirio, cuadros confusionales, déficit de orientación y síntomas depresivos.

Concretamente, la digoxina, ampliamente utilizado en el tratamiento de la insuficiencia cardiaca, puede producir desorientación, confusión y alteraciones visuales. Por el contrario, los nuevos fármacos utilizados en el tratamiento de la depresión ofrecen ventajas clínicas sobre los clásicos antidepresivos tricíclicos, que requieren un mayor control. Se trata de un problema relevante que requiere un abordaje multidisciplinario a fin de identificar la patología y ofrecer un tratamiento integral.

Interhearth

Los trastornos psicosociales son factores de riesgo importantes en el desarrollo de enfermedades cardíacas. Esta es la conclusión de un reciente estudio a gran escala, Interheart, en el que se evaluó los factores de riesgo para desarrollar enfermedad cardiovascular. Sobre una población de pacientes de 52 países se analizó la asociación entre factores de riesgo tradicionales (tabaquismo, hipertensión arterial, colesterol elevado y diabetes) y factores emergentes, como trastorno en el metabolismo de la glucosa, obesidad, niveles de homocisteina y factores psicosociales, con el infarto agudo de miocardio.

Se estudiaron cerca de 14.000 personas que habían padecido un infarto agudo de miocardio y 16.000 individuos sanos de todas las etnias y grupos sociales. Los factores psicosociales (depresión, ansiedad, estrés) estuvieron entre los nueve factores de riesgo principales para el desarrollo de infarto. El estrés psicosocial se midió mediante preguntas sobre el trabajo, el hogar, la situación financiera y los sucesos vitales importantes ocurridos en el último año. También se realizaron preguntas para evaluar la presencia de síntomas depresivos.

Los resultados mostraron que las personas que habían padecido un infarto tenían una mayor prevalencia de estrés en todos los puntos. En pacientes con actividad laboral, un 23% habían referido situaciones de elevado estrés comparado con el 17% de las personas que no habían sufrido infarto. Igualmente, el 12% habían sufrido situaciones de tensión en el hogar comparado con el 8% de individuos sanos. También los personas que habían sufrido un infarto tenían mayores problemas financieros (un 15% versus un 12%), así como situaciones vitales problemáticas (el 16% frente el 13% en personas sanas).

Los resultados fueron los mismos en todas las regiones del mundo sin hallar diferencias entre sexos ni grupos étnicos. Interheart revela la importancia de los factores psicosociales en la salud cardiovascular evidenciando hasta un incremento del 30% en el riesgo de sufrir un infarto. En este caso, los factores psicosociales afectarían al sistema nervioso autónomo así como a la regulación hormonal provocando alteraciones metabólicas, inflamación, resistencia a la insulina y disfunción endotelial.