Cuidadores en riesgo: cómo detectarlos


(01/05/2008).- En los últimos años se ha constatado reiteradamente que el hecho de cuidar a un familiar mayor dependiente en casa (atender a sus necesidades físicas, controlar sus problemas de conducta, y proporcionar una vigilancia casi constante) puede tener unas muy relevantes repercusiones emocionales. Los cuidadores presentan elevados niveles de ansiedad y de depresión, y con mucha frecuencia consumen psicofármacos, en ocasiones “auto-medicados”, para poder afrontar la situación. Por todo ello, los cuidadores parecen estar en una situación de vulnerabilidad, que les hace especialmente susceptibles de experimentar problemas emocionales e incluso trastornos psicopatológicos bien definidos (problemas de ansiedad y depresión, principalmente).

Manifiestan, además, una peor salud percibida que la población general, importantes problemas de salud (especialmente problemas osteomusculares muchas veces relacionados con las tareas de movilización del mayor), baja asistencia a los profesionales de la salud para sus propias dificultades y un decremento significativo de conductas saludables (duermen menos, hacen menos ejercicio físico, ven disminuido su tiempo de ocio, etc.).

Pero si bien esto es cierto cuando hablamos de los cuidadores en general, puede no serlo cuando aludimos a un cuidador concreto. Cada cuidador vive su situación de forma distinta: experimenta sus propios pensamientos, cuenta con más o menos apoyos y recursos, actúa de una u otra forma para hacer frente a las numerosas tareas, decisiones y problemas que ha de afrontar cada día,… Porque los cuidadores, como todos los seres humanos, son diversos. Así, mientras algunos ven afectada su salud y su estado emocional, otros pueden experimentar también satisfacción y gratificación en su experiencia.

No obstante, prestar atención a aquellos cuidadores que se encuentran peor, a los que están en riesgo, resulta esencial. En primer lugar, porque se trata de personas que sufren. En segundo lugar, porque solo un cuidador saludable está en disposición de seguir desempeñando su función, algo que con frecuencia es fundamental para el propio cuidador y para el mayor que recibe su cuidado. Pero también es importante por el efecto que su estado tiene en el mayor a su cargo. Un cuidador agotado, desanimado, ansioso, puede suponer un riesgo adicional para el mayor dependiente, que se ve así expuesto a estresores continuados, a eventuales estallidos de ira, a posibles descuidos y negligencias, e incluso en algunos casos a malos tratos.

La principal dificultad para identificar a estos cuidadores en riesgo estriba en que, habitualmente, tan ocupados y preocupados como están por atender a las necesidades del mayor, olvidan cuidarse, atenderse, y más aun buscar ayuda por sus propios problemas. No es raro observar entre los cuidadores comentarios en los que se relaciona el reconocimiento de las dificultades y problemas propios con deseos del abandono de las funciones de cuidador. Es más, en ocasiones se tiende a negar esas dificultades propias por temor a lo que pueda sucederle al mayor en caso de no poder seguir atendiéndole (“¿quién se hará cargo de mi madre si a mí me sucede algo?”).

Precisamente por ello los profesionales sanitarios son los que están en una mejor disposición para identificar al cuidador en riesgo; cuidadores que muy probablemente no busquen ayuda para sí mismos, pero que, sin embargo, acuden, y habitualmente con bastante frecuencia, a los servicios de salud como acompañantes del mayor al que atienden.

Como orientación para esos profesionales, y sin perder de vista la idiosincrasia de los cuidadores, se pueden señalar una serie de indicadores que sirven de alerta sobre el posible riesgo de que ese cuidador presente dificultades emocionales:

– Que se sienta sobrecargado, abrumado,… manifestándolo en expresiones del tipo “ya no puedo más”, “no tengo tiempo para nada”, “esto es superior a mis fuerzas”,…
– Que muestre poco aprecio por sí mismo, con expresiones del tipo “soy un fracasado”, “me siento un inútil”, “no sirvo para nada”,…
– Que tienda a contar a los demás lo mal que se siente y a centrar en ello sus conversaciones.
– Que se sienta muy molesto por las dificultades de memoria y los problemas de conducta que puede presentar el mayor al que atiende.
– Que se sienta poco satisfecho con el apoyo y la ayuda que recibe de los demás, y en especial de sus personas más cercanas.
– Que dedique mucho tiempo semanal al cuidado, de manera que su vida esté centrada única y exclusivamente, o casi, en el cuidado.

Es cierto que en la mayoría de estos casos no es posible el cambio de la situación; algo, por otra parte, no deseable y no deseado por la mayoría de los cuidadores. Sin embargo, sí que se puede hacer algo para evitar que el cuidador “se queme” y para permitir que desarrolle su labor en las mejores condiciones posibles, tanto para él mismo, como para la persona a la que cuida. Para conseguirlo se puede recurrir a asociaciones, servicios sociales, de atención psicológica,… que puedan proporcionarles acciones específicas.

Estas son heterogéneas, e incluyen servicios de apoyo formal que proporcionan al cuidador periodos de descanso o de “respiro”, intervenciones psicoeducativas que informan y forman sobre las distintas facetas del cuidado, grupos de ayuda mutua en los que se proporciona al cuidador un foro de encuentro y apoyo por parte de otros cuidadores, e intervenciones psicoterapéuticas que abordan de manera directa los problemas emocionales del cuidador y le ayudan a manejar el estrés al que ha de hacer frente.

Pero más allá de la posible derivación a alguno de estos programas, los profesionales que están en contacto directo con los cuidadores han de ayudar a transmitirles la idea de que aun siendo cuidadores, no son sólo cuidadores; de que siguen siendo madres o padres, pareja, compañeros, amigos, trabajadores,… y muchas cosas más. Hay que intentar hacerles presentes, en todo momento, lo que nosotros en nuestro quehacer clínico hemos denominado “Los derechos del cuidador”, algo que no sólo los propios cuidadores, sino también muchos de los que les rodean, incluidos los profesionales, a veces olvidamos. De acuerdo con ellos se reconoce explícitamente que el cuidador tiene derecho a:

• Cuidarse a uno mismo(a).
• Buscar ayuda.
• Hacer sus cosas.
• Enfadarse ocasionalmente.
• No dejarse manipular por su familiar.
• Recibir cumplidos y afecto.
• Reconocer sus logros.
• Y, en definitiva, a ser otras cosas además de cuidador.


Vía : el médico interactivo.