(08/12/2007).- Una crisis inminente de salud pública. Es la predicción que hacen sobre el futuro próximo los especialistas en obesidad si no se toman de forma inmediata medidas para atajar la actual tendencia a acumular kilos durante la infancia. Y para dar idea de la gravedad de la situación comparan el problema del sobrepeso adolescente con el del calentamiento global del planeta.
Igual que los escépticos respecto al cambio climático han visto como la investigación corrobora día a día los cálculos más pesimistas, los sucesivos estudios realizados en la población infantil de los países desarrollados encienden nuevas alarmas sobre las consecuencias que tendrá la epidemia sobre su salud cuando lleguen a adultos, especialmente para el corazón. Dos trabajos publicados esta semana en la revista The New England Journal of Medicine dan cuenta del previsible impacto multiplicador que tendrá el exceso de peso en la infancia sobre la incidencia de la enfermedad coronaria.
El primero de ellos realiza una proyección de la prevalencia de obesidad que exhibirán en los próximos años los adolescentes estadounidenses que tenían sobrepeso en 2000 (alrededor del 17%, es decir, unos nueve millones de chavales). Paralelamente, mediante un programa informático de simulación, se calculó el exceso de enfermedad coronoria que podría ser atribuible a esta causa cuando esos menores alcancen la madurez. El resultado es inquietante. Las consecuencias de la escalada en la báscula juvenil de EEUU se estiman, para el año 2035, en un incremento del 5% al 16% de la prevalencia de enfermedad coronaria y en un total de 100.000 casos adicionales de patología cardiaca directamente atribuibles a problemas de exceso de peso.
Las perspectivas al otro lado del Atlántico tampoco son halagüeñas. El segundo análisis, realizado en Dinamarca, ratifica el impacto nocivo de la obesidad infantil a largo plazo. En este caso, se ha investigado la asociación entre el índice de masa corporal (IMC, valor que se utiliza para determinar si el peso es adecuado en relación a la altura) registrado entre los siete y 13 años de edad con el riesgo de sufrir enfermedad coronaria entre los 25 y 60. Para ello, se han revisado los datos históricos de la salud de cerca de 300.000 vecinos de Copenhague. La conclusión es clara: el riesgo de sufrir un evento cardiaco se asocia con el IMC que se exhiba en esa etapa precoz de la vida y es mayor tanto a medida que éste aumente como a medida que el menor siga cumpliendo años con un peso por encima de lo aconsejable.
Los autores ofrecen un ejemplo para hacer más comprensible el impacto de esta relación. En comparación con un adolescente de 13 años con un IMC dentro de la media, un menor de la misma edad con 11,2 kilos de más tenía un riesgo un 33% superior de padecer una dolencia coronaria al llegar a adulto.
Este trabajo llama la atención sobre el hecho de que cualquier ganancia de peso importa y que, incluso, una cantidad de más sorprendentemente pequeña podría pasar factura en el futuro en forma de patología coronaria. Lo que revelan ambas investigaciones es la trascendencia de un problema conocido, la incidencia cada vez mayor de factores de riesgo cardiovascular en los infantes obesos. Trastornos como la hipertensión, las dislipemias, la intolerancia a la glucosa y ciertas anomalías vasculares están ya presentes en los menores con sobrepeso. Y España no es ajena a esta situación. Las tasas nacionales de obesidad infantil superan a las nórdicas y con una incidencia del 15% se sitúan más cerca de las estadounidenses, a la vez que figuran en los primeros lugares de Europa.
NUEVAS ENFERMEDADES
Teniendo en cuenta que el 80% de los que llegan a la adolescencia cargados con unos kilos de más alcanzarán la madurez siendo obesos, el panorama para la salud cardiovascular patria no es favorable. «Estamos muy preocupados porque la obesidad infantil va a modificar nuestro tradicional menor riesgo cardiovascular, que se atribuía a la dieta mediterránea», reconoce la cardióloga Nieves Tarín, de la Fundación Española del Corazón.
Rafael Tojo, catedrático de Pediatría de la Universidad de Santiago de Compostela, reconoce que en las consultas infantiles florecen enfermedades hasta ahora «desconocidas», ya que estaban reservadas al adulto: además de los citados factores de riesgo, menciona el hígado graso, la diabetes tipo 2, las alteraciones musculoesqueléticas, la apnea del sueño y los trastornos del ánimo. «Se están expresando de forma preocupante y cada vez se inician antes», dice. Es en esa etapa precoz cuando hay que intervenir, y de forma agresiva según los expertos, para revertir esta tendencia antes de que sea demasiado tarde.