En cambio, otros factores como los de cohesión social, apenas han sido valorados y, no por ello, son menos importantes. De entre todos vamos a centrarnos en el modelo conductual como expresión de la forma de ser y de actuar del individuo, es decir, de su personalidad y de la posible relación que entraña con el riesgo cardiovascular. Cuando hablamos de personalidad nos referimos al modo habitual de ser, pensar, sentir y actuar; es nuestro modo actual de ser. Los patrones de conducta son los que caracterizan y distinguen nuestro pensamiento, emoción y forma de actuar.
Se puede descubrir la personalidad de un individuo, pero eso no nos va a indicar cómo se va a comportar, ya que la personalidad es el reflejo de lo habitual pero no de lo excepcional. El comportamiento tiene una cara al exterior, el cómo nos ven los demás, y otra interior o cómo nos vemos nosotros.
Dentro de este campo tan amplio hay diferentes modelos de conducta que, en algún caso, se ha relacionado con problemas de salud: modelo conductual tipo A y tipo B, y no A-no B o tipo C. Numerosos estudios han demostrado que el modelo conductual tipo A, caracterizado por la hostilidad, un estado de alerta, la impaciencia, la tendencia competitiva y la hiperactividad motora, supone un aumento en torno al 15 % de eventos coronarios, y que el modelo conductual tipo D, caracterizado por una afectividad negativa, una inhibición emocional y angustia extrema se relaciona con un aumento del 20%, por lo que se llegó a la conclusión de que el modelo conductual tipo no A se convierte en un factor de protección cardiovascular.
Dentro de cada patrón de conducta se engloban una serie de características, actitudes y comportamientos que los diferencian entre ellos y que los relacionan con ciertas patologías. El patrón de comportamiento tipo A es un conjunto de características y de síntomas acción-emoción que se da en personas que luchan por alcanzar objetivos en el menor tiempo posible y en contra de circunstancias adversas. La persona encuadrada en él niega este tipo de comportamiento. Además, tiene una gran implicación laboral y su forma de comportamiento se resume en impaciencia y hostilidad, características ambas en las que se debe incidir desde el punto de vista sanitario. La personalidad tipo A presenta un estilo de vida caracterizado por una extrema competitividad, una motivación por el éxito, la agresividad, la impaciencia, el apresuramiento, la inquietud, la sensación de estar en desafío con la responsabilidad y el tener la sensación continua de falta de tiempo para todo.
En cuanto a las relaciones interpersonales, el individuo con este tipo de personalidad es problemático, dominante, provoca tensión y es agresivo. Sin duda todas estas características tienen una relación con la prevalencia e incidencia de enfermedades del aparato circulatorio y con los factores de riesgo cardiovascular.
Podemos correlacionar distintos factores de riesgo con el padecimiento de ciertas patologías, así hablamos del factor ‘prisa’, de la implicación en el trabajo y el comportamiento duro y competitivo. En cuanto al factor ‘prisa’ incluimos el comer deprisa, el temple duro, la facilidad para irritarse, la impaciencia en las conversaciones, el hecho de apresurar a las personas.
Cuando hablamos de trabajo hay que tener en cuenta que estas personas tienen una alta motivación, trabajan horas extras, afrontan trabajos importantes en tiempos límites y prefieren la promoción laboral a un aumento de sueldo. Son personas conscientes, responsables y serias, y de comportamiento, sin duda, muy competitivo.
En cuanto al modelo conductual tipo B no se ha relacionado hasta ahora con ninguna enfermedad y se caracteriza por todo lo contrario: la tranquilidad, la confianza, la relajación, la búsqueda del bienestar personal, la no competitividad, la satisfacción.