Han decidido abordar la etapa final de su vida de un modo
satisfactorio. No quieren languidecer pasivamente con una vejez melancólica,
ser una carga para sus hijos o ingresar en una residencia de mayores al uso.
Pretenden que el ocaso de sus días sea un periodo activo, nutritivo, jovial, de
crecimiento humano y bienestar.
Por ello han fabricado su particular paraíso: Trabensol
(Trabajadores en Solidaridad), una comunidad de individuos, con diferentes
criterios e ideologías, que han invertido los ahorros de toda una vida en un
proyecto que les permite convivir bajo una fórmula cooperativa única en nuestro
país.
Todo comenzó hace 14 años cuando, un grupo de amigos a punto
de jubilarse y con una intensa actividad social a sus espaldas, cayeron en la
cuenta de que se estaban haciendo mayores.
«Queríamos alternativas diferentes a las que habían vivido
nuestros padres. Tras muchas horas de diálogos y debates, decidimos constituir
una cooperativa y levantar un centro de convivencia para mayores en el que
pudiéramos vivir una vejez saludable, ser independientes, ayudarnos entre nosotros
y organizarnos gracias a comisiones de trabajo que nos hicieran responsables
del funcionamiento del colectivo», explica Paloma Rodríguez, presidenta de la
cooperativa, que comparte habitación con su vecina de hace 40 años. «Nos
quedamos viudas y decidimos emprender esta aventura juntas. Aquí estamos
estupendamente. Es fantástico vivir bajos los lazos de la comprensión y el
cariño».
A partir de ahí comenzó una agotadora búsqueda para
encontrar el terreno adecuado en el que realizar el proyecto. «Visitamos muchos
lugares y, desgraciadamente, vivimos de cerca lo que se mueve en el negocio
inmobiliario, fueron muchos los ayuntamientos que quisieron engañarnos.
Finalmente apareció Carlos Rivera, alcalde de Torremocha del Jarama, que nos
tendió la mano sin intereses ocultos, pagos ni intermediarios, afirmando que
Trabensol iba a aportar al pueblo una riqueza enorme y un gran potencial mental
y social», apunta José María García, ex secretario de consistorios.
Al pie de la sierra, en una vega llana y fértil, junto a la
orilla del río, se erige el colorido complejo de 16.000 metros cuadrados,
construido de forma bioclimática por filtración y geotermia, una energía
limpia, renovable y económica, que les permite hasta un 75% de ahorro mensual.
«Está todo muy pensado. Las zonas de acceso de la casa están
orientadas al norte y las del alojamiento al sur. Tenemos 25 pozos de 150
metros que hacen que el suelo sea radiante y tenga una temperatura constante de
16 grados. Los canalones de los tejados van a un aljibe que recoge el agua de
la lluvia y nos permite regar durante tres meses. Los aislamientos térmicos y
acústicos están muy cuidados y las luces exteriores están dirigidas hacia abajo
para que no haya contaminación lumínica y podamos ver las estrellas», señala
Jaime Moreno, periodista y coordinador de la comisión de comunicación del
lugar.
Con la férrea intención de edificar un hogar alejado del
concepto actual de las residencias de mayores, el complejo, exquisitamente
decorado, está preparado para armonizar la cohabitación en común con la vida
independiente. Circundando un huerto de 10.000 m2, tranquilos patios y
aromáticos jardines, se encuentran las 54 viviendas de los afiliados, 50m2
repartidos entre una cocina americana, un salón, una habitación, un baño
geriátrico y una terraza. «Mi anterior casa tenía el doble de metros, estaba
harta de trabajar tanto en ella. Esta es muy apañada, cubre todas mis
necesidades», afirma María Dolores Hernández, ex enfermera. Su amiga Luisa
Llorena, ex dinamizadora social, dice:«Quería llegar aquí como una libélula,
ligera de equipaje. Mi marido y yo hemos traído sólo los muebles que han
cabido, ha sido un ejercicio de liberación de apegos del pasado. Ahora, nuestra
vida cabe en 50 m2», sonríe.
El lugar cuenta con un amplio abanico de zonas comunes en
las que disfrutar del momento: biblioteca, hemeroteca, gimnasio, un mini spa de
baños terapéuticos, salas de reiki, de acupuntura, de música, de pintura o de
edición de video, un claustro zen para pasear cuando hace mal tiempo, un
habitáculo con juguetes para que los nietos gocen con los abuelos, salones de
reunión para celebrar fiestas o el salón del silencio. «Aquí hay gente que es
religiosa y hemos considerado que era necesario crear un espacio común y
polivalente para meditar, rezar o practicar yoga. En Berlín van a hacer un
centro donde diferentes religiones van a compartir techo, nosotros ya lo estamos
haciendo», señala Jaime.
Como bien apunta Pepa Salamanca, ex auxiliar de clínica, «en
Trabensol el mayor valor, sin duda, es el potencial humano». La convivencia
entre los residentes, en su mayoría gente muy preparada, es plenamente activa y
cada uno pone a disposición de la comunidad su experiencia profesional.
«Vivimos en un clima de tolerancia y ayuda mutua», cuenta María Dolores.
«Tenemos talleres de danzas del mundo, Ikebana, vidriado, costura, pintura, Chi
Kung o bricolaje y hacemos nuestra propia gaceta informativa interna».
Carmela
Paz, ex administrativa del Instituto Cervantes asiente: «Es un lugar agradable
para vivir. Conoces gente fantástica y haces cosas que te mantienen activa
física y mentalmente. Además el entorno es fantástico, mientras que en Madrid
te desplazabas a los barrios, aquí te desplazas a los pueblos». José María
apostilla: «¡No paramos, cada día hay algo nuevo! Estamos en una adolescencia
de la vejez. Mis hijas nos dicen que estamos haciendo la comuna que no pudimos
en los 60», bromea.
En la comida todos colaboran en los quehaceres del inmenso
comedor que tiene como chef a Mina Tartili, miembro de la asociación Ananda.
«Trabajar aquí es gratificante. El ambiente es increíble, hacen todo lo posible
por mantener un clima de alegría y solidaridad. Son mayores de alma joven,
sabias y con una conciencia social que engancha».
¿Y si llegan momentos de dificultad física o de enfermedad?
Jaime explica que están preparados para todo lo que venga. «Hay vigilancia las
24 horas. El complejo está habilitado para personas con movilidad reducida. En cada
pasillo hay varios baños, por si hay urgencias, en cada esquina un ascensor con
el tamaño suficiente para una silla de ruedas y tenemos un ala, especialmente
habilitada, para personas que necesiten cuidados médicos específicos. Queremos
pasar nuestros últimos días aquí de la mejor forma posible».
Este sistema de vivienda colaborativa, diseñado y gobernado
por los propios residentes, nació en Dinamarca, a finales de los años 60, y se
extendió a Norte América, a finales de los 80, bajo la pretensión de volver al
sentido de comunidad primigenio de los barrios de antaño.
"Trabensol ha
sorprendido mucho en Europa. Nosotros informamos, con toda libertad, a quienes
nos preguntan sobre cómo hemos llegado hasta aquí, pero lo imprescindible es
que haya un núcleo humano suficientemente fuerte y comprometido para poder
llevar algo así a cabo.", explica Moreno.
Son tantos los interesados en
esta particular forma de vida que ya cuentan con una nutrida lista de espera.
¿Los requisitos? Tener entre 50 y 70 años, identificarse con los principios
básicos de solidaridad y ayuda mutua, y tener solvencia económica para mantener
los pagos: una inversión inicial de 154.000 y hasta 1100 al mes. "Incluye
alojamiento, lavandería, limpieza y la comida del medio día.
Somos de una
generación en la que se compraban pisos porque no había casi alquileres. Los
hemos vendido para poder afrontar el coste del proyecto. Tenemos una acción
pero la propiedad es de la cooperativa. Quien decida marcharse recupera el
dinero, al valor que tenga en ese momento, y si morimos lo recuperan nuestros
herederos, que también pueden, si cumplen los requisitos y quieren, venir a
vivir aquí."
Información: trabensol.org