El profesor de Bioética de la Universidad de Zaragoza, y ex presidente de la Comisión Central de Deontología Médica de la Organización Médica Colegial (MC.), Rogelio Altisent, habla sobre los riesgos del exceso de prevención en esta entrevista concedida a “Médicos y Pacientes”.
Cuando se habla de prevención en general parece que todo vale, sin considerar los riesgos para la salud que pueden derivarse de la misma ¿Qué opina al respecto?
El razonamiento es sencillo: la prevención tiene las mismas referencias éticas que cualquier otra área de la medicina científica. Esto significa que antes de proponer o aceptar una medida preventiva se debe probar que ofrece beneficios objetivos, y que los riesgos –que siempre existen- son proporcionados y asumibles. En otras palabras, debemos exigir lo mismo que a cualquier medicamento curativo antes de autorizar su comercialización. En ocasiones parece como si la sola mención de un efecto preventivo tuviera efectos taumatúrgicos o mágicos, pasando por alto los requerimientos de evidencia científica y de seguridad para el paciente. En mi opinión hay demasiada credulidad en la sociedad ante los productos con apellido “preventivo” y los profesionales de medicina debemos ser especialmente críticos en este sentido pues los ciudadanos confían en nuestro criterio.
Con unos presupuestos siempre limitados, destinar recursos a la prevención significa detraerlos de la medicina curativa ¿dónde debe estar el equilibrio?
Yo no plantearía una competencia entre medicina preventiva y curativa. En muchas patologías hay medidas preventivas considerablemente más eficientes que las curativas. La clave está en que esto debe estar probado, sin dejarse deslumbrar por las palabras, porque la medicina es una ciencia. Permítame recordar el Artículo 22 del Código de Ética y Deontología donde se dice: “No son éticas las prácticas inspiradas en el charlatanismo, las carentes de base científica y que prometen a los enfermos curaciones; los procedimientos ilusorios o insuficientemente probados que se proponen como eficaces”.
¿Quién debería marcar los criterios a seguir en las campañas de prevención?
Hay una cuestión previa que conviene aclarar. Un paciente puede solicitar un test o una medida preventiva de la que potencialmente se puede beneficiar, asumiendo sus posibles riesgos. Pensemos por ejemplo en las consecuencias de un falso positivo en un test que condiciona la práctica de una biopsia, que a su vez no está exenta de complicaciones...y todo en ausencia de un auténtico problema de salud. Son riesgos añadidos de los cuales deberemos informar adecuadamente.
La situación es diferente cuando nos referimos a una campaña pues estamos hablando de una intervención preventiva que se ofrece masivamente a un grupo poblacional porque se ha comprobado que el beneficio global es incuestionable para esa comunidad. Esto debe estar adecuadamente probado con estudios epidemiológicos específicos y hay que hilar fino pues de otro modo podemos producir más daño que beneficio. Otra cuestión añadida sería la financiación pública de una campaña preventiva donde la autoridad sanitaria tiene que decidir con responsabilidad a la hora de invertir los recursos disponibles, después de valorar el coste de oportunidad, es decir teniendo en cuenta lo que va a dejar de hacer a cambio.
¿Es el exceso de prevención una herramienta de marketing para incentivar el consumo?
Desde hace un tiempo se viene alertado sobre los excesos de la prevención, o mejor dicho de la falsa prevención disfrazada de ciencia. En los últimos años la pretensión preventiva ha invadido la publicidad de muchos productos que se atribuyen propiedades que no han demostrado y así se intoxican a la opinión pública. Hay intereses económicos que son legítimos cuando hay rigor y trasparencia en la información, pero en este terreno actualmente se dan casos de fraude de guante blanco.
Como experto en bioética ¿cuál es el clima en la profesión en estas cuestiones y qué mensaje se debería transmitir a la sociedad cuando se deja llevar por una demanda exagerada de medidas preventivas?
Pienso que en el seno de la profesión médica estamos en una fase muy interesante de formación y sentido crítico que nos lleva a crecer en rigor científico ante la prevención, que debe demostrar su potencial para mejorar la mortalidad, la morbilidad o la calidad de vida. Esto lo encuadramos en el principio de beneficencia y de no maleficencia, como requisitos elementales de calidad asistencial.
A los ciudadanos en primer lugar hay que recomendarles prudencia antes de echarse en brazos de la publicidad preventiva, y que en caso de duda consulten con los profesionales de la medicina. En este sentido es muy interesante la actividad de las asociaciones de consumidores auténticamente independientes. En segundo lugar deberíamos trasladar a la sociedad la idea de que la anticipación no es sinónimo de auténtica prevención, sobre todo pensando en la avalancha de test genéticos que se avecina.